I sing because I can't speak.

lunes, 7 de febrero de 2011

Deja que los muertos entierren a sus muertos-

sábado, 5 de febrero de 2011

Tuve una vez un paciente, ateo convencido, que solía leer en
la Biblioteca del Museo Británico. Un día, mientras estaba leyendo, vi que sus pensamientos
empezaban a tomar el mal camino. El Enemigo estuvo a su lado al instante, por supuesto, y
antes de saber a ciencia cierta dónde estaba, vi que mi labor de veinte años empezaba a
tambalearse. Si llego a perder la cabeza, y empiezo a tratar de defenderme con
razonamientos, hubiese estado perdido, pero no fui tan necio. Dirigí mi ataque,
inmediatamente, a aquella parte del hombre que había llegado a controlar mejor, y le sugerí
que ya era hora de comer. Presumiblemente —¿sabes que nunca se puede oír exactamente
lo que les dice?—, el Enemigo contraatacó diciendo que aquello era mucho más importante
que la comida; por lo menos, creo que ésa debía ser la línea de Su argumentación, porque
cuando yo dije: "Exacto: de hecho, demasiado importante como para abordarlo a última hora
de la mañana", la cara del paciente se iluminó perceptiblemente, y cuando pude agregar:
"Mucho mejor volver después del almuerzo, y estudiarlo a fondo, con la mente despejada",
iba ya camino de la puerta. Una vez en la calle, la batalla estaba ganada: le hice ver un
vendedor de periódicos que anunciaba la edición del mediodía, y un autobús número 73 que
pasaba por allí, y antes de que hubiese llegado al pie de la escalinata, ya le había inculcado
la convicción indestructible de que, a pesar de cualquier idea rara que pudiera pasársele por
la cabeza a un hombre encerrado a solas con sus libros, una sana dosis de "vida real" (con
lo que se refería al autobús y al vendedor de periódicos) era suficiente para demostrar que
"ese tipo de cosas" no pueden ser verdad. Sabía que se había salvado por los pelos, y añosdespués solía hablar de "ese confuso sentido de la realidad que es la última protección
contra las aberraciones de la mera lógica". Ahora está a salvo, en la casa de Nuestro Padre.


                                                    Carta I de Escrutopo a Orugario.
                                                             Cartas del diablo a su sobrino - C.S lewis